Mercurio es el planeta de los extremos: es el más pequeño del Sistema Solar, el más próximo al Sol, el de movimiento más rápido, el planeta cuya órbita es más excéntrica, el más oscuro, el de mayor densidad… Además, su día dura más que su año. En CurioSfera-Ciencia.com, te explicamos las principales características de Mercurio.
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Características de Mercurio
Mercurio es el primero de los planetas en orden de distancia al Sol del que le separan 58 millones de km. Es uno de los cuatro planetas del sistema solar considerado rocoso o sólido. El día de mercurio dura 176 días terrestres. Es el único planeta del sistema solar cuyo «día» es más largo que su año.
Durante mucho tiempo se pensó que sería también el que registrase temperaturas más elevadas, hasta que investigaciones recientes demostraron que ese incómodo honor le correspondía a Venus. Sin embargo, aun ocupando el segundo puesto, las temperaturas de Mercurio son altísimas. Al ser el planeta más cercano al Sol, durante el día, llega a registrar abrasadoras temperaturas de 400 °C, lo suficiente como para fundir el plomo o el estaño.
De noche, la temperatura baja a unos 180 °C bajo cero, ya que Mercurio no posee una capa de atmósfera lo suficientemente densa como para retener el calor. Esto hace que en Mercurio no existan variaciones climáticas, largos días calurosísimos, seguidos de noches intensamente frías.
Mercurio cuenta con una magnetosfera que envuelve al plantea. Esto es debido a que parte de su núcleo está fundido. Por lo tanto, contar con un núcleo de materiales ferromagnéticos parcialmente fundido, parece ser la casa de la existencia de esta magnetosfera.
Tamaño y estructura
El diámetro de Mercurio en su ecuador es de sólo 4880 km., intermedio entre el de la Luna y Marte. Parece que su interior está formado por minerales muy pesados (70 % materiales metálicos y 30% de silicatos). La densidad de Mercurio es de 5430 kg/m³, la segunda más grande del sistema solar. Se calcula que su núcleo, formado principalmente por hierro, ocupa el 42% de su volumen.
Esto hace que, a pesar de su pequeño tamaño, la gravedad en su superficie es comparativamente alta: un tercio de la de la Tierra, e idéntica a la de Marte. Alrededor del núcleo, los geólogos estiman que existe un manto de unos 600 km de grosor. En cambio, la corteza de mercuriana mide entre 100 y 200 km de espesor.
Atmósfera
Como hemos dicho, la atmósfera de Mercurio es muy tenue, casi inexistente La mayor parte de sus gases escapó al espacio hace mucho tiempo y ahora su superficie se encuentra indefensa ante la caída de meteoritos procedentes del espacio, y las radiaciones del Sol. Este continuo bombardeo ha erosionado la superficie cuyo paisaje, plagado de cráteres, es muy similar al de nuestra Luna.
Geografía y geología
En cuanto a la geografía de Mercurio, constituyó un completo misterio hasta que, en 1974, el «Mariner 10» transmitió fotografías de su superficie. Hasta entonces, los únicos datos fiables, se habían conseguido haciendo rebotar ondas de radar en el planeta y analizando sus ecos. Mediante ésta técnica, lo máximo que se detectó fueron algunos cráteres de gran tamaño situados, aproximadamente, en el centro del planeta.
Bien puede decirse que cualquier planisferio de Mercurio dibujado antes de 1974 es hoy absolutamente inútil. La superficie de Mercurio es muy similar a la de la Luna. Presenta numerosos cráteres como resultado del impacto de meteoritos.
Hace 4000 millones de años, Mercurio contaba con cierta actividad volcánica. Los que facilito la formación de depresiones con lava y cuencas en el interior del planeta. Esto provocó la creación de planicies muy similares a las de nuestra Luna. Destaca en la geografía de Mercurio el Cráter Caloris. Una depresión del terreno meteórica de 1550 km de diámetro (una de las más grandes conocidas).
Movimiento, órbita y rotación
Al girar en una órbita interior a la de la Tierra, nos muestra (como Venus y como la Luna) diferentes aspectos o fases, que corresponden a la parte de hemisferio iluminado por el Sol que nosotros podemos ver desde aquí. Esto, unido a su pequeño tamaño (una veinteava parte de nuestra Tierra) y la considerable distancia que le separa de nosotros (unos 80 millones de kilómetros), ha hecho dificilísimo su estudio, hasta el punto que hace 70 años, no se podía precisar ni siquiera cuanto duraba el «día de Mercurio», es decir, su período de rotación.
El año mercuriano (el tiempo en que el planeta tarda en recorrer su órbita alrededor del Sol) es de sólo 88 días terrestres. Durante mucho tiempo se mantuvo la creencia de que ese mismo tiempo era el que tarda en girar sobre su eje, de forma que Mercurio mostraría siempre la misma cara al Sol, como la Luna lo hace con nosotros.
Pero en 1962, dos astrónomos americanos descubrieron, con sorpresa, que, en realidad, Mercurio da una vuelta sobre su eje en sólo 58 días. A primera vista se trata de una cifra cualquiera, pero ésta ofrece una característica muy curiosa en relación al «año solar» de 88 días: los dos períodos están en la proporción de dos a tres. Esta coincidencia (que no es tal sino que responde a sólidas razones físicas), tiene efectos curiosísimos sobre el ciclo día/noche del planeta.
Vayamos por partes: Mercurio gira alrededor de su eje de Oeste a Este. Por lo tanto, visto desde su superficie, el Sol parecería desplazarse por el cielo en sentido contrario, de Este a Oeste. Si no interviniesen otros factores, su paseo por el firmamento, medido de ocaso a ocaso, duraría 58 días, del mismo modo que en la Tierra dura 24 horas.
Pero es que, además, Mercurio gira alrededor del Sol muy cerca y muy deprisa. Tan deprisa que en el tiempo que invierte en completar una vuelta alrededor de su eje, ha cubierto dos tercios de circunferencia alrededor del Sol. O sea que, para un hipotético mercuriano, el Sol iría «quedándose atrás», como un árbol visto desde un tren en marcha.
Estas dos componentes del movimiento aparente del Sol tienen sentidos opuestos. Por la rotación de Mercurio, el Sol se movería de Este a Oeste. Por su movimiento propio, de Oeste a Este, aunque algo más despacio.
Al combinarse ambos, el efecto neto es parecido al de alguien que intenta bajar por una escalera mecánica de subida. La escalera puede moverse deprisa; si lo desea, él puede bajar los escalones de dos en dos. Pero, en la práctica, avanzará muy poco. Que vaya hacia arriba o hacia abajo dependerá de quién corra más: él o la escalera.
En el caso de Mercurio, la «escalera» es el propio movimiento del planeta alrededor del Sol. Y el resultado es que el Sol avanza por el cielo mercuriano en la dirección «correcta», saliendo por el Este y poniéndose por el Oeste, pero lo hace con una lentitud desesperante. El día mercuriano dura 176 días terrestres. Es el único planeta cuyo «día» es más largo que su año.
A lo largo de estos 176 días el Sol, visto desde la superficie mercuriana, parece hacer cosas raras. Primero, durante varias semanas seguidas, el Sol avanza por el firmamento de Este a Oeste hasta que, en cierto momento, se detiene, hace marcha atrás durante ocho días, vuelve a detenerse y continúa su camino normalmente hasta desaparecer tras el horizonte.
En ciertas regiones, este retroceso tiene lugar poco después del ocaso y entonces ocurren dos puestas de sol consecutivas en un mismo día. Por lo mismo, en el lado opuesto del planeta, cada día empieza con dos amaneceres. Para colmo, visto desde Mercurio, el Sol no mantiene un tamaño constante. Su órbita es tan excéntrica que al variar la distancia que le separa del Sol, el diámetro de éste parece aumentar o disminuir ostensiblemente.
En el momento de máximo alejamiento, sólo es unas dos veces más luminoso que el que vemos desde la Tierra; pero al pasar por el perihelio (punto más cercano al Sol), se convierte en una bola de fuego diez veces más brillante que la que nosotros conocemos.
En uno sólo de sus «días» Mercurio pasa dos veces por el perihelio y otras tantas por el afhelio (punto más lejano del Sol), repitiendo dos veces su sorprendente ciclo de aumentos y disminuciones, combinados con sus idas y venidas por el firmamento. No existe en todo el Sistema Solar otro planeta donde se pueda observar un fenómeno semejante.
La exploración de Mercurio
La primera sonda espacial qué llegó a Mercurio fue la «Mariner 10» en 1974. Posteriormente fue visitado por la “Messenger” en 2011. En 2025 llegará a Mercurio la “BepiColombo” lanzada en 2018. Lanzada por la NASA en 1973, en una trayectoria que le llevó a pasar primero ante Venus y, después, tres veces consecutivas ante Mercurio.
Esta triple visita es una de las características más sorprendentes del vuelo. Ello pudo ocurrir porque, después de realizado el primer encuentro, la nave quedó atrapada en órbita solar dando una vuelta cada 168 días, justo el doble de lo que invierte Mercurio.
Así, por cada vuelta alrededor del Sol que completaba el «Mariner», Mercurio daba exactamente dos, y ambos volvían a coincidir en el mismo punto del espacio. El ciclo se repitió tres veces, en marzo y septiembre de 1974, y en marzo de 1975. Después el sistema de estabilización del Mariner ya había agotado su combustible perdiéndose así el enlace por radio con la Tierra.
La «Mariner 10» necesitó de un impresionante sistema de aislamiento para protegerlo de las altas temperaturas: un parasol cubría todo el cuerpo central de instrumentos y unas persianas laterales se abrían o cerraban automáticamente para radiar al espacio el calor producido por los equipos electrónicos.
Los aparatos más importantes de a bordo eran sus dos cámaras de televisión, una equipada con teleobjetivo y otra con un gran angular, que transmitían las vistas del planeta, en directo, a la Tierra. También iba equipado con sensores ultravioleta y con infrarrojos para medir las temperaturas. En conjunto, la «Mariner 10» pesaba media tonelada. Con sus «alas» (en realidad, los paneles solares extendidos) medía más de seis metros de punta a punta.
¿Por qué se llama Mercurio?
Aunque se le conoce desde la más remota antigüedad, Mercurio es un planeta difícil de ver. No porque sea poco brillante (su resplandor supera al de cualquier estrella, excepto Sirio), sino porque al revolotear a poca distancia del Sol, casi queda oculto por su resplandor. Por tanto, sólo puede descubrirse justo antes de la salida del sol o después de su puesta, a escasa altura sobre el horizonte.
Mercurio se mueve muy deprisa. Tal vez por eso los antiguos griegos lo asociaron con Hermes, el mensajero de los dioses, encargado de transmitir sus deseos a los mortales. Para cumplir mejor su misión, Hermes calzaba unas sandalias aladas, lo que le permitía volar por los aires y atender las órdenes divinas con la velocidad del rayo.
Con la civilización romana, el nombre de Hermes —y el del planeta— cambió a Mercurio, que es el que ha perdurado hasta hoy. Nuestro «miércoles» y el «mercredi» francés se derivan de «Mercurii dies»: el día de Mercurio. Fue también, para los romanos, el dios de los comerciantes, de los médicos… y de los ladrones. El caduceo (un bastón rodeado de dos culebras), que todavía hoy adorna las farmacias, es el símbolo por el que se le reconoce.
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